Y así fueron las cosas.
Dos extraños encontrados a la mitad de un pasillo,
largo y en paralelo.
No se conocían y en realidad nunca de verdad lo hicieron.
Uno puso la ilusión sobre la mesa y la otra la tomó para su corazón.
Entonces comenzó.
Larvas que allá abajo se le retorcían, mariposas que al fin resultarían,
vértigos de montaña rusa, sube y bajas con sus idas y venidas, delirios de madrugada,
ternura contenida, espacios en el tiempo que la perseguían.
Utopías con las que siempre fantaseaba,
eran las que a la media noche la desperteban.
Y cada vez que lo veía,
en lo más profundo de ser, algo, un cosmos en el interior, vibraba y cómo de hermoso lo sentía.
Sapo, Príncipe Azul de sus cuentos de hadas. Era lo que ella en él miraba.
Mirada nocturna, un universo por el que moría.
Tic toc, fue lo que el reloj marcó
y su oportunidad se esfumó.
A ella nada la detenía, quería seguir,
pero Encantador se le iba.
Nada es como antes.
La magia, aunque pequeña, pero sigue viva,
porque mientras ella siga soñando, él es dueño de su alma, todavía.
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