Tengo que decirlo, tengo que decirlo.
Todos cambiamos. Yo lo sabía. Pero hasta ahora lo entendí.
Creía conocer a mi mejor amiga, y no, esto no va a ser, ese rollo de que me traicionó o me cambió. O si, quizá si me cambió. ... Por el querer encajar.
La conozco desde hace más de cinco años, hacíamos todas las cosas juntas, reíamos, llorábamos, trabajábamos en equipo, todo juntas. Y de pronto, nos separamos para que cada quien comenzara su camino de preparación hacia la universidad y, juntándonos ahora con diferente gente, se deja influenciar y hace todo lo que hace dos meses ella juraba nunca hacer.
Sí, es cierto, todos cambiamos. Nada es eterno. Y no sé qué me duele más; el saber que quizá no la conocía tan bien como juraba hacerlo, o el que haya cambiado y que se esté dañando a sí misma, o que ya no estemos juntas y no compartamos tanto como antes, o también está eso de que yo tengo que cambiar para encajar, porque, sí, la mayoría de mi vida he estado sola, con poca gente, nunca he sido de multitudes, nunca me han gustado los cambios, son duros, díficiles y me hacen llorar y es que tanpoco quiero cambiar, pero si no lo hago seré casi ermitaña.
Son estas crueldades que tú sabes que existen pero que hasta que no tocan en tu puerta, vives ajenas a ellas.
Pero mi mamá es sabia y siempre me ha enseñado que las cosas cambian para valorar más lo que se tenía antes, para conocernos mejor, y que todo, más temprano que tarde se acomoda de la mejor manera. Y tambien me ha dicho que nunca cambie para encajar, que son pocos los que lo hacen, pero lo que realmente se valora es la autenticidad.
Entonces, eso he de hacer, aunque duela perder, pero a veces perder es ganar, sin que te des cuenta.
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